El Asfalto - Historias para no dormir (Reseña)

by - enero 05, 2023


¿Qué sucede cuando se mezcla la literatura de Carlos Buiza, el guión de Luis Peñafiel, el poder interpretativo de Narciso Ibañez Menta y la dirección de Chicho Ibañez Serrador? La respuesta es “El asfalto”, un episodio emblemático de la serie “Historias para no dormir”, que equivale a una tormenta perfecta de talento.
Estrenada por Televisión Española el 24 de junio de 1966, “El Asfalto” pertenece a la primera, y acaso más comentada etapa de la serie realizada por Ibáñez Serrador. Esta, en su momento, ya había popularizado adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe (“El tonel”) y Ray Bradbury (“El doble”, “El cohete”, “La espera”), pero sería con este episodio que la producción española se haría acreedora a la Ninfa de Oro del Festival de Montecarlo… y con toda razón. Y es que “El Asfalto” es una alegoría compleja acerca de la modernidad, con una puesta en escena abiertamente experimental, pero que al mismo tiempo no pierde de vista el impacto visual.

Kafka en la tele

Ya desde el inicio, “El Asfalto” promete distanciarse del formato clásico de las anteriores entregas de “Historias para no dormir”. No vemos la clásica animación de los títulos de entrada. Tampoco tenemos a Ibañez Serrador como anfitrión. En su lugar nos topamos con un líquido oscuro y viscoso, que se derrama lentamente por la pantalla en una toma estática. Sigue una serie de caricaturas grotescas, que muestran al sol castigando con sus rayos a un hombre aprisionado bajo las calles de la ciudad. Sobre todo ello, una voz en off: “Durante el invierno, en las grandes ciudades, el asfalto duerme dulce, plácida, mansamente. Pero, durante el verano, el asfalto cobra vida. Se convierte en un monstruo oscuro y viscoso, que juega a ser un gigantesco cazamoscas o, mejor dicho, un negruzco y enorme cazahombres.”

Ya entrados en el episodio, el decorado desafía toda locación realista. Narciso Ibáñez Menta, sin nada que envidiarle al mejor Christopher Lee, deambula con un bastón y una pierna enyesada por una ciudad de cartón, que sienta desde un primer momento los códigos de la ficción, colocándonos en el límite de lo absurdo.

Ibáñez Menta queda entonces atrapado en un socavón de asfalto derretido, como si se tratara de arenas movedizas en medio de la metrópolis, y se empieza a hundir. A partir de este hecho improbable inicia una narración de desgaste físico y moral, que va despojando al protagonista de sus convicciones y su fe en la humanidad, hasta transformarlo en un residuo inútil y lastimero. Este desgaste remite al arquetipo kafkiano del sujeto victimizado por una sociedad que hace escarnio público de su sufrimiento, considerándolo incluso ofensivo o de mal gusto.
Los personajes secundarios están todos de paso, y apuntan únicamente a seguir moldeando la tesis de Buiza: la desconexión del ser humano y las grandes ciudades como un espacio frívolo, de extrema soledad. 

A la larga, “El asfalto” es una metáfora del hombre devorado por la vida rápida, esa “muchedumbre solitaria” de la que se ocupaba Riesman. Por eso sigue resonando en cualquier televidente, luego de 56 años. Porque, en algún momento, todos hemos sido devorados por la indiferencia y nos hemos sentido irremediablemente solos, aún hoy, en un mundo absolutamente conectado… al menos, en apariencia.


Si quieres leer “Asfalto”, el cuento original de Carlos Buiza, haz clic aquí:
Puedes encontrar “Historias para no dormir” en RTVE Play (disponible solo en España, accesible desde cualquier parte del mundo a través de un servicio VPN)


Reseña de César Santivañez

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